Escrito por Josep Pastells
¿Qué clase de beneficios esperamos obtener de la práctica de un ejercicio que, visto friamente, consiste en repetir una y otra vez –a mayor o menor velocidad, durante más o menos tiempo– los mismos movimientos? Algunas respuestas tradicionales a esta pregunta serían: ponernos en forma, mantener a raya nuestro peso o relacionarnos con los demás. Cada corredor sabrá cuáles son sus motivos y, por mucho que especulemos, jamás tendremos un acceso íntimo a sus pensamientos secretos, pero sí que somos libres para establecer las teorías que nos apetezca con el objetivo de proyectar un poco de luz sobre la motivación de los corredores. En muchas ocasiones, una persona empieza a correr no porque piense que obtendrá algún tipo de mejora en su organismo o en su estado anímico (aunque generalmente la obtiene, claro), sino porque una combinación de factores, algunos internos y otros externos, la obligan a actuar así. En general, podríamos hablar de dos tendencias opuestas: el determinismo freudiano (cualquier acción, y también la de correr, es el producto de diversos impulsos o conflictos derivados de más de un nivel de la personalidad) y el romanticismo, en el que una sola causa es suficiente para explicar un comportamiento determinado. Romanticismo Llevar al extremo esta última tendencia desemboca en episodios como el de un carpintero de Nebraska que a sus cincuenta años jamás había andado más de un kilómetro y tras enamorarse de una atleta que ya rozaba la treintena y con la que nunca había intercambiado más de tres palabras seguidas decidió inscribirse en un club de atletismo con la intención de conocerla. Acabó corriendo cuatro o cinco maratones anuales y, por supuesto, tuvo la oportunidad de hablar horas enteras con la chica, pero descubrió que no tenía nada que ver con la mujer que había forjado en su imaginación. Sin embargo, entró con tal fuerza en el mundo de running que ya ni se plantea abandonarlo. Sólo quiere correr. El running es su vida y le aporta mucho más de lo que en su momento pensó que le aportaría la atleta que, sin saberlo, le introdujo en este deporte. Pluralidad de motivos Las razones de tipo romántico abundan más de lo que parece, pero es muy posible que no tengan tanto peso como la pluralidad de motivos. Una persona que empieza a correr acostumbra a tener unas cuantas razones para hacerlo. Algunas pragmáticas, otras que satisfacen su amor propio, otras que son un autoengaño, otras que son subconscientes… La lista de motivos puede ser tan larga como queramos, porque cada persona es distinta y los estímulos que recibe también son distintos. En cualquier caso, es muy extraño que alguien nos diga lo que le está pasando realmente por la cabeza, qué le empuja a actuar de una manera determinada, por lo que si nos quedamos con lo que nos cuentan es muy posible que vivamos engañados. Lo único que importa De hecho, si fuera así no tendría ni la más mínima importancia. Casi da igual saber por qué nosotros mismos empezamos a correr. Lo único que debería importarnos es que corremos y nos gusta hacerlo. No importa que nos dejemos llevar por razones sutiles o por argumentos convincentes, por vanidad, curiosidad, salud o cualquier causa que se nos ocurra aunque no tengamos ni la más remota idea de si es auténtica. Lo único que importa, insisto, es que disfrutamos al correr y hemos hallado un motivo más para seguir viviendo.